El deseo en los laberintos de la pulsión

Por Estela Paskvan

Senilidad, de Italo Svevo

“Enseguida, con las primeras palabras que le dirigió, quiso prevenirla de que no quería comprometerse en una relación demasiado seria”1.

Con este párrafo Italo Svevo comienza su novela y así el lector se encuentra directamente con el carácter del protagonista, “con las primeras palabras”. Las primeras de Emilio Brentani y las de Italo Svevo. Se revela el verdadero novelista que inaugura un nuevo estilo en la literatura italiana.

Pero atengámonos a este párrafo inicial. Este “enseguida” traduce el “subito” tan italiano y palpamos así la manera irruptiva con que se formula esta proposición amorosa. Pero, inmediatamente, el movimiento retrocede ante el “demasiado” y el protagonista revela este deseo indeciso que necesita de recaudos y prevenciones. “La palabra era tan prudente que resultaba difícil creer que era dicha por amor a otro”. Es entonces que el “subito” puede sonar a bofetada.

El gran escritor triestino narra siguiendo el flujo de la conciencia del protagonista, una novedosa manera de novelar a partir de la introspección del personaje. La pasión amorosa de este “empleaducho del tres al cuarto” -y escritor frustrado- que avanza y retrocede, que suspende y reanuda, se desarrolla en una trama que sostiene un cuarteto.

Las dos mujeres, Angiolina -el objeto de la pasión- bella y pobre, alegre y saludable, y Amalia -la hermana- fea y mustia, a la que nadie ama. Completa dicho cuarteto el semejante que aporta la imagen de potencia, el escultor Balli, y por el cual el sujeto se hace acompañar. En realidad, como puede aprehenderse de la lectura, los otros tres son los apoyos para las proyecciones fantasmáticas del protagonista en las que se enreda sin poder ni querer soltarse.

En ese sentido, desde el principio Emilio intenta procurarse la Angiolina que le conviene:

“Por cierto sentimentalismo de literato, no le gustaba el nombre de Angiolina. La llamó Lina; después, no bastándole este diminutivo cariñoso, le colgó el nombre francés, Angèle y muchas veces le dio más gracia y lo abrevió en Ange. Le enseñó a decir en francés que lo amaba. Una vez sabido el sentido de aquellas palabras, ella no quiso decirlas, pero en el siguiente encuentro, le dijo sin que la invitara a hacerlo: Sce tèm bocú”.

Pero pronto al ángel se le embarran un poco las alas por la condición amorosa que requiere la presencia de algún otro y que la inexperiencia de Emilio encubre. La sospecha y los celos no se hacen esperar con la agresividad y el arrepentimiento alternándose. Así transcurren las más de doscientas páginas de la novela en los vaivenes del protagonista que oscila entre destruir el Otro y a la vez preservarlo.

“En su vida había soñado incluso con el hurto, el homicidio, el estupro. Había sentido el valor y la fuerza y perversión del delincuente, soñado los resultados de cada delito, y, ante todo la impunidad. Pero, después, satisfecho con el sueño, encontraba sin cambio alguno los objetos que quisiera destruir y se calmaba, con la conciencia tranquila”.

Al final del itinerario en el cual el cuarteto se compone y descompone varias veces para terminar estallando, el protagonista se encontrará con la soledad de la que se había propuesto salir, amputado del amor y el dolor sentidos. Años después, se encantaba admirando ese período de su vida. “Vivió en él como vive un viejo de los recuerdos de la juventud”.

La novela fue publicada en 1898, seis años después de la primera, Una vita, y entre las cuales las afinidades de los protagonistas son evidentes. Curiosamente, ambas coinciden temporalmente con los primeros textos de Freud en los que el mecanismo de defensa da cuenta tanto de la neurosis como de las psicosis2. Es notable el análisis que Freud hace de los síntomas transaccionales en los cuales el deseo inconsciente y las exigencias defensivas pueden satisfacerse a la vez. Se adelanta en gran parte a lo que quince años después analiza en el caso del Hombre de las ratas. ¿Y Svevo, había leído estos textos de Freud? No es ocioso preguntarlo puesto que fue un lector suyo, incluso también su traductor -por puro gusto-. Sin embargo, sería obtuso no reconocer que es el artista quien precede a Freud. Svevo sabe lo que Freud enseña3.

La publicación de esta novela recibe la peor de las acogidas, el silencio indiferente. Y Ettore Schmitz (nombre real de Svevo) experimenta su íntima decepción. “Me resigné ante aquel juicio tan unánime (no existe unanimidad más perfecta que la del silencio), y durante 25 años me abstuve de escribir”. Ettore entra en 1899 en la empresa de sus suegros y abandona sus proyectos literarios.

Hasta que el encuentro con James Joyce fue decididamente importante para retomar después la literatura. Mucho se ha escrito sobre este encuentro en Trieste entre el joven Joyce -tenía 24 años- que oficia de profesor de inglés y el empresario -que iba para los cincuenta- y que acude como alumno. Según testimonio de Stanislaus Joyce, su hermano leyó al matrimonio Schmitz el relato Los muertos y quedó impresionado por el aprecio de estos lectores corrientes por su trabajo4. Lo cierto es que entablan una estrecha amistad. Y cuando al fin Ettore muestra sus novelas a James siempre según Stanislaus- éste se las devolvió diciéndole: ¿“Se da usted cuenta de que es un escritor ignorado”? Y a continuación pasó a recitar pasajes enteros de Senilidad.

Las relaciones entre Svevo y Joyce se interrumpieron durante la guerra; las razones son obvias. Sin embargo, mantuvieron regularmente el contacto. A finales de 1923, Svevo le envía un ejemplar de lo que será su obra maestra La conciencia de Zeno. Joyce, que ya era un escritor de fama internacional, no sólo se limitó a elogiar el libro sino que lo puso en contacto con las grandes personalidades literarias en Francia (Larbaud y Crémieux) y Gran Bretaña. Es preciso decir que -al menos en Francia- el descubrimiento de Svevo no habría sido posible sin el empeño de Joyce.

Pero volvamos a Senilidad. ¿Por qué este título? Es una pregunta que los críticos y el público en general han formulado explícitamente en muchas ocasiones, y en otras, subyace como cuestión en los argumentos que abundan al respecto. ¿Califica propiamente al protagonista, ese joven viejo de treinta y cuatro años? ¿Se refiere al deseo evanescente al final de sus peripecias cuando el sujeto se refugia en la nostalgia? ¿Es la desvitalización del oficinista y autor fracasado que no asume ningún riesgo? ¿Hasta qué punto no es el sentimiento del autor Brentani-Svevo? Hay en todos esos argumentos algo que no se deja atrapar con facilidad por el sentido. Senilidad como título conserva un cierto enigma respecto a la trama de la novela, incluso algo de exceso.

Lacan en su seminario sobre Joyce, se refiere expresamente al enigma recordando que se interesó en eso en otra época como la relación entre el enunciado y la enunciación. Y dice: “Se trata de saber por qué diablos se pronunció tal enunciado”5. Agrega que si Joyce es el escritor por excelencia del enigma es muy probable que lo sea por el mal ensamblaje de su ego, eso que se dedica a reparar.

Svevo no es para nada un autor enigmático. Todo lo contrario, el lector empatiza rápidamente con el minucioso análisis interior de los personajes, de sus emociones y de sus estados de ánimo. En La conciencia de Zeno es difícil ser indiferente a su humor, la deliciosa ironía con que el protagonista relata sus avatares, llegando incluso a participar de escenas verdaderamente hilarantes. El humor de Senilidad es totalmente diferente. La pesadez que se experimenta en muchas páginas no es seguro que se deba sólo al carácter del personaje.

Entonces volvamos a la pregunta: ¿Por qué diablos tituló Senilidad? Lo que Lacan aporta en estas páginas acerca de la enunciación es algo totalmente nuevo. Al vincularla al ego, pone ese decir en relación “a la idea de sí mismo como cuerpo”. Se abre otra perspectiva muy sugerente. Y tanto, que nos atrevemos a preguntar: ¿no será entonces Senilidad la marca del decir de Svevo? Es posible.

En la presentación de la novela que Italo Svevo escribe en 1927, comenta que Larbaud le aconseja cambiar el título, opina que no es el que le conviene. Dice Svevo “También yo, que ahora sé lo que es la verdadera senilidad, sonrío a veces por haberle atribuido un exceso de amor”. Después de valorar el consejo de Larbaud con las exquisitas maneras que lo caracterizan, concluye: “Me parecería mutilar el mío -su libro- si le quitara su título, que, a mi parecer, puede explicar y excusar algo. Ese título me guió y lo he vivido. Quede así, pues, esta novela que vuelvo a presentar a los lectores con algún retoque meramente formal”6.

Notas:

  1. Svevo, I., Senilidad, traducción de Francisco Alcántara (Barcelona, Ediciones del Cotal, 1965); Senectud, traducción de Carmen Martín Gaite (Barcelona, Acantilado, 2006); Senilidad, traducción de Carlos Manzano (Madrid, Gadir Ficción, 2008); Senilidad, traducción de Pedro Gonzalbes (Sevilla, Espuela de Plata, 2012).
  2. Freud, S., “Neuropsicosis de defensa” (1894) y “Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa” (1896), Obras Completas, vol. III, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1984.
  3. Lacan, J., “Homenaje a Marguerite Duras, por el arrobamiento de Lol V. Stein”, Otros escritos, Buenos Aires, 2012.
  4. Serra, M., Italo Svevo ou l’antivie, Paris, Éditions Grasset, 2013.
  5. Lacan, J., El Seminario, libro 23: El sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2006, pág. 151.
  6. Italo Svevo, en Senilidad, Ediciones del Cotal.

 

Estela Paskvan, ELP, Barcelona.

 

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