Disrupciones de goce: del rechazo a la «performance»

Por Joaquín Caretti

La palabra “disrupción” alude a una rotura o interrupción brusca que corta la continuidad de algo en el espacio o en el tiempo.

Podemos inferir que el organismo humano tiene desde el origen, como suponemos que sucede en el animal, una forma de goce que es homeostática y que, como su nombre indica (homeostasis: estado similar), consigue mantener una condición interna estable a pesar de los cambios del medio, autorregulándose, tal como sucede con la temperatura corporal. Es la idea del cuerpo funcionando por sí mismo sin más interferencias que las del entorno.

Sin embargo, el ser hablante va a sufrir una disrupción en este modo de funcionamiento del cuerpo: el lenguaje va a irrumpir desde el mismo momento en que el infans ve la luz. Esta irrupción de las palabras va a condicionar una perturbación en la homeostasis del organismo. Más concretamente, será un significante -al que Lacan llamó Uno- el que, de modo disruptivo, marcará el cuerpo condicionando una manera de goce singular para cada cuerpo. Este hecho es un acontecimiento único que opera como un trauma. Dicho goce, que será inolvidable, se repetirá sin cesar conmemorando cada vez dicha irrupción. Cada ocasión será como la primera, sin ningún efecto acumulativo o de adición donde se pudiera introducir la serie de los números naturales. Por ello, el ejemplo de las adicciones -donde el sujeto está tomando siempre la primera copa- se presta para comprender de qué estamos hablando: una y una y una… Esto es el efecto de una fijación que significa que hay un Uno de goce que vuelve siempre al mismo lugar sin estar sometido a ninguna ley del significante. Bien nos puede valer para pensar en la disrupción de goce la definición que da Lacan de las pulsiones en el Seminario 23: “Son el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir”1.

Tomemos también en consideración lo que dice Jacques-Alain Miller:

“El sinthoma queda definido como un acontecimiento del cuerpo que evidentemente da lugar a la emergencia de sentido. A partir de este acontecimiento una semántica de los síntomas se despliega, pero en la raíz de los síntomas freudianos que hablan con tanta elocuencia y se descifran en el análisis, que producen sentido, hay un puro acontecimiento de cuerpo”2.

A este goce sufriente que se repite, sometiendo al sujeto al modo de las adicciones, Lacan lo denominó sinthoma para diferenciarlo del síntoma, sin hache. Este último está construido sobre la lógica de la estructura del lenguaje donde a un S1 le sigue necesariamente un S2, un Otro que le da un sentido, aunque éste quede oculto para el que lo sufre, y por ello es interpretable en un análisis. Es un dispositivo que encierra una verdad que podrá ser revelada. Pero el sinthoma es la expresión del efecto de goce sobre el cuerpo de un S1 específico sin relación con ningún S2, con ningún tesoro de los significantes: es opaco al sentido. Se instala un puro goce del cuerpo a partir de la marca de un significante Uno que no depende del encuentro con ningún Otro. Se trata de una “suerte de escritura salvaje del goce”3 que no encierra ninguna verdad que podría serle revelada al sujeto y sobre la cual construir su hystoria. Los testimonios de pase muestran claramente que cuando se arriba a este punto se trata de la confirmación de un “existe”, que inscribió el goce singular fuera de sentido. Se deduce de esto que el sinthoma no es descifrable en el trabajo analítico -la interpretación de sentido se mostrará superflua-, sino que requerirá del analista otro modo de hacer que tendrá que ver más específicamente con el corte y con la interpretación fuera del sentido.

Podemos decir que el síntoma, productor de sentido, es efecto de la estructura del lenguaje, fruto del inconsciente transferencial, del inconsciente articulado por el Otro y en relación con la verdad. Y que el sinthoma -que esta en la base y es efecto de la disrupción original de goce- implica un estado de los significantes que Lacan denominó lalangue donde los significantes no están articulados en una estructura de lenguaje con sus cadenas significantes de sentido, sino que se comportan como letras y constituyen al inconsciente real. Este real es producto del encuentro entre el goce y el significante Uno y es lo que será trabajado en el análisis para ser constatado y reconfigurado. Constatar apunta a verificar su existencia sin llenarlo de un sentido que no tiene, sino que, por el contrario, se tratará de despojarlo de los ropajes sintomáticos que han servido para velarlo y de sacarlo de los embrollos que causa la ilusión de lo verdadero. Reconfigurar apunta a poner ese goce repetitivo del sinthoma al servicio de un despertar que modifique el sufrimiento subjetivo. Es el analizante el que va a dar la batalla con un goce que se reitera disrumpiendo y que se localiza en lo real más allá del atravesamiento del fantasma.

La escucha analítica se dirigirá a las dos vertientes del síntoma presentes en el parlêtre. Por un lado, a aquella que es dialectizable, que aspira al sentido y que gracias a la interpretación del analista producirá revelaciones que irán haciendo caer las identificaciones y conmoverán el fantasma. El ser queda herido de muerte y el propio sentido, sobre el que se apostaba como solución, pierde su interés. Y, por el otro, a la escucha de lo que itera -más allá del sentido y el ser-, articulado a la existencia del Uno y el goce.

Del rechazo del goce a la performance generalizada

Es la fijación de la pulsión la que será la raíz de la represión. Esta funcionará como un rechazo de las disrupciones de goce que el sinthoma causa. El parlêtre no quiere saber nada del goce que lo habita, por ello levanta defensas para no enterarse de que no hay relación sexual y hace todo lo posible por velarse el sinthoma. Los modos del rechazo son múltiples, desde darle un sentido que lo explique hasta tomarlo como una rareza personal, ignorarlo o achacárselo al Otro como causante. En este Otro están comprendidos todos los que componen los lazos sociales del sujeto incluyendo también a la voluntad divina quien en su sabiduría le enviaría esta prueba de fe. También el deseo -que está articulado al discurso del Otro, que nunca es otra cosa que deseo del Otro y que muestra la falta en ser del sujeto- es una forma de defensa contra el goce, sea por la vía de mostrarse como insatisfecho o como imposible. Aunque sabemos que detrás de ambos está el goce de la privación o el goce de la impotencia.

También podemos verificar este rechazo en el discurso científico que pretende un mundo vaciado de goce, sometido al imperio del número, sobre el que operar sin interferencias.

Por otro lado, en el racismo encontramos su núcleo en el odio al goce del Otro por la ajenidad que implica. Aunque, en realidad, lo que se está rechazando es el goce propio imposible de simbolizar, es decir, imposible de enmarcar en un sentido que lo haga compatible con la subjetividad. “Odio en ti lo que hay de más éxtimo en mí” es el lema de la xenofobia, opuesta a la máxima lacaniana sobre el amor: “Amo en ti algo más que tú”4.

Se rechaza el goce porque este acontecimiento de cuerpo irrumpe en el mundo organizado del sujeto, el mundo de sus rutinas diarias ordenado por el principio del placer. Y lo conmueve de tal manera que le complica la vida. Aunque a veces las defensas que levanta son exitosas y el sujeto puede vivir más o menos tranquilo. Pero cuando esto no sucede, el goce que itera es profundamente displacentero y el sujeto no sabe cómo hacer para sacárselo de encima. Entonces, es la oportunidad del análisis.

En los primeros tiempos de su enseñanza, época donde el padre aún operaba, Lacan no deja de tomar en cuenta al goce, pero lo hace bajo la forma de un goce negativizado, un goce rechazado por la castración simbólica. Así, Jacques-Alain Miller señala tres formas diferentes de este rechazo del goce, de su interdicción. Una primera, donde lo que opera es el Nombre del Padre quien metaforiza el Deseo de la Madre, su goce, nombrándolo como deseo del Falo. Es la versión edípica. Otra segunda, es la que señala que lo que castra es directamente el lenguaje prohibiendo el goce al parlêtre como tal. Y una tercera, donde el goce quedaría forcluido5. De esta concepción se deriva la idea de que para acceder al goce es necesaria una transgresión. Es una concepción del goce armada en función de la misma lógica que el deseo, siguiendo la idea de San Pablo en la “Epístola los Romanos” donde afirma que es la prohibición de la ley la que genera el deseo. Por eso, “no hay que obnubilarse con el rechazo del goce que es lo que ocurre en la lógica de la castración … [ya que] él puede ser alcanzado [y] … podemos salir del teatro del sacrificio fálico”6.

Sin embargo, a partir del seminario Aún, Lacan va a modificar radicalmente su conceptualización para señalar que el goce no se deja negativizar pues está fuera del registro simbólico. Por ello, la castración que opera el lenguaje no puede con él y la represión solo consigue desplazarlo. Es entonces la idea de un goce positivo que se puede pensar en el orden de un más o de un menos pero no como desaparecido. Es una cierta naturalización del goce ya que este estaría presente desde siempre en cada actividad de interés del sujeto, un goce que es parte de un funcionamiento no excepcional. Esta nueva idea sobre un goce positivizado y naturalizado es coincidente con la época en la que vivimos, donde el empuje a gozar -¡Goza!- se ha impuesto como orden superyoica.

Desde principios del siglo XX el discurso capitalista comienza a dirigir a los ciudadanos hacia la adquisición masiva de objetos como forma de aumentar la plusvalía. La ausencia de regulación paterna y el descrédito de los ideales favorecen el pasaje acelerado, a partir de los años setenta, de la modalidad fordista a su actual forma neoliberal. Esta transforma al propio sujeto en un objeto de consumo donde este se consume a sí mismo. Y se consume, entre otras modalidades, en una especie de performance generalizada y solitaria donde el sujeto muestra sin pudor su modo de goce sintomático -como comenzó a suceder en los reality shows televisivos- gracias a la utilización mundial de las llamadas redes sociales.

Donde antes la performance se pensaba como un acto artístico recortado que conmovía el confort de los espectadores y abría horizontes, hoy se ha convertido en un darse a ver normalizado y continuo donde la vergüenza ha perdido su lugar. Es el imperio del narcisismo ciego del cual no se escapa nadie. Los sujetos se han convertido en performers de su propia vida donde ésta se muestra sin barreras a un ojo universal. Podemos inferir que este nuevo tratamiento que hace la cultura de las disrupciones del goce, donde la frontera entre lo público y lo privado se ha diluido, no servirá para disminuir el malestar, sino que acentuará aún más la soledad del parlêtre.

 

Notas:

  1. Lacan, J., El Seminario, libro 23: El sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2006, pág. 18.
  2. Miller, J.-A., El Uno solo, curso de la Orientación lacaniana 2011, inédito. Clase del 30 de marzo de 2011.
  3. Ibid., clase del 6 de abril de 2011.
  4. Lacan, J., El Seminario, libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanalisis, Buenos Aires, Paidós, 1987, pág. 276.
  5. Miller, J.-A., El Uno solo, op. cit., clase del 25 de mayo de 2011.
  6. Miller, J.-A., Sutilezas analíticas, Buenos Aires, Paidós, 2011, pág. 231.

 

Bibliografía:

  • Lacan, J., El Seminario, libro 23: El sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2006.
  • Miller, J.-A., El Uno solo, curso de la Orientación lacaniana 2011, inédito.
  • Miller, J.-A., Sutilezas analíticas, Buenos Aires, Paidós, 2011.
  • Miller, J.-A., El ultimísimo Lacan, Buenos Aires, Paidós, 2012.
  • Laurent, É., “Disrupción del goce en las locuras bajo transferencia”. Conferencia pronunciada en el Congreso Mundial de la AMP el 2 de abril de 2018.

Joaquin Caretti, ELP, Madrid.

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