Las cosas del querer

Por Miquel Bassols

1.- El querer tiene sus cosas, el deseo no. Si aquello que, desde Freud, llamamos “deseo” es inconsciente por definición, entonces no hay modo de representarnos su objeto. Y no es sólo que este objeto del deseo sea irrepresentable por el hecho de ser inconsciente. Es por el hecho de ser inconsciente que el deseo no tiene un objeto predeterminado que pueda representarse. El deseo parte de una falta y se dirige a otra falta, insiste entre una y otra sin consistir en ninguno de los objetos que vienen a ese lugar. Es por ello que hablamos, siguiendo a Lacan, de objeto causa del deseo y no de objeto del deseo. La imposibilidad de representarse el objeto del deseo -ese “oscuro objeto del deseo” como lo llamaba Buñuel, hoy tan políticamente incorrecto- se traduce en la imposibilidad de nombrar el deseo mismo, de reducirlo a un significante.

La pregunta “¿Quieres lo que deseas?” incluye entonces una pequeña trampa, fructífera, un anzuelo en el pronombre relativo “lo” que dejaría suponer un objeto del deseo, un complemento directo para el verbo “desear” que se quiere siempre transitivo. Sería distinto preguntar “¿Quieres desear?”, sin dar por supuesto el qué. O también: “¿Quieres lo que causa el deseo?”. Y el principio del placer respondería de inmediato: mejor no, mejor no desear ya que el deseo introduce necesariamente esta falta que desequilibra la balanza homeostática del placer. Es la respuesta zen, que propone el no deseo para estar en armonía con la ley del Dharma. La pregunta sería entonces “¿Quieres no desear?”. El ser hablante, sin embargo, infringe necesariamente esta ley si quiere -si “quiere” precisamente- seguir vivo. Siguiendo la vía del principio del placer, el ser tiende al reposo (Aristóteles) pero el reposo absoluto es la muerte (Pascal).

Entonces, la mejor pregunta es en efecto la de “El diablo” de Cazotte que Lacan tomó como bóveda para su famoso grafo: –Che vuoi? Es la pregunta que traducimos en castellano por -“¿Qué quieres?”.

2.- “Querer” es un verbo propio del castellano del que no encontramos equivalente en otras lenguas. Tiene una mayor amplitud semántica que los derivados del “volere” latino, del que provienen “vouloir” -en francés- o “voler” -en catalán- y del que en castellano ha quedado la “voluntad”1. La raíz del “querer” es “quaerere”, que implica buscar sin saber necesariamente de antemano cuál es el objeto de la búsqueda. Es por ello que en castellano podemos decir “te quiero” sin decir el qué: -“Sí, me quieres, pero ¿qué me quieres?”. El objeto de la angustia se alimenta de esta indeterminación ante el deseo del Otro. Es una indeterminación sobre el objeto tan certera como para que el sujeto se haga esta pregunta: “¿Qué me quiere el Otro?”. Y así el sujeto se hace objeto de este querer. Por ahí empiezan “las cosas del querer”, siempre vacilantes entre la angustia y la certeza, entre la pregunta por el deseo del Otro y las condiciones del goce.

La pregunta se hace aquí distinta y se dirige al consentimiento del sujeto sobre su forma de gozar: “¿Quieres aquello de lo que gozas?”. La fijeza del goce, en oposición a la dialéctica del deseo, interroga y divide al sujeto de otra forma en la pregunta sobre su querer. Se abre así otra vía, la vía de la repetición. Hablamos también en castellano de “querencia” para denotar la repetición que convierte la vía abierta por el principio del placer en una fijación que conduce, siempre y de manera inevitable, a ese más allá del principio del placer, del placer que es el único y verdadero límite impuesto al goce. Es por esta vía que el querer determina el objeto, el objeto que era una falta en el deseo, el objeto que implica ahora una voluntad de satisfacción, un goce, para decirlo con el término que Lacan distinguirá del deseo2. El goce sí determina el objeto. El goce, a diferencia del deseo indecible, no pregunta, es él mismo una respuesta.

Así, de la imposibilidad de nombrar el deseo puede surgir una “voluntad de goce”, término habitualmente asociado a Kant con Sade y a la pulsión de muerte. Pero es precisamente esta voluntad de goce lo único que podemos llegar a nombrar también del deseo3. Son las cosas del querer que sí se pueden nombrar, representar, transmitir.

3.- Las cosas del querer fue también una película de Jaime Chávarri de finales de los años ochenta, todo un éxito de taquilla en aquella España que quería salir a trompicones de una más de sus épocas oscuras de exclusión. ¿Quería? No toda, sin duda. La película, mensaje subliminar bajo la apariencia del sainete y el drama folclórico, añadía un contrapeso a la década anterior, la de El desencanto de 1976. Su argumento dice mucho, entre líneas, de la segregación inherente a lo insoportable del goce cuando se interpreta como goce del Otro. Nada mejor para entender que el sujeto no quiere saber nada de aquello con lo que goza. El título, Las cosas del querer, se inspiraba en la copla original, cantada por la inefable Lola Flores, con un título un poco más divino en los detalles: eran “Las cositas del querer”4, las únicas que pueden atravesar las diferencias de las identificaciones y los modos de gozar para sostener lo Uno de una orientación común. Así, la copla cantada por los protagonistas de la película de Jaime Chávarri5 -Ángela Molina (Pepita) y Manuel Bandera (Mario)- tiene su qué, aunque sea sin porqué:

[…]

Lo nuestro tiene que ser

Aunque entre el uno y el otro

Levanten una pared. 

Son las cosas de la vida, son las cosas del querer,

No tienen fin ni principio

Ni quién cómo ni porqué. 

1976-1990 fue también la década de inicio y desarrollo del Campo Freudiano en España, movimiento base del Instituto del Campo Freudiano y de nuestra actual Escuela. Del desencanto al querer, he aquí un recorrido que encontramos también en la enseñanza de Jacques-Alain Miller que va desde Le desenchantement de la psychanalyse (2001-2002) -El desencanto del psicoanálisis- hasta L’Un tout seul (2011) -El Uno solo-. Y después, en 2017, Campo Freudiano, año cero, todo vuelve a comenzar.

4.- ¿Será con el sainete y el drama folclórico como podremos rehacer este movimiento y lo que funda su orientación: la transferencia y la crítica recíproca? Respuesta: sólo por el amor al saber -la transferencia- que lleva a cada uno tan lejos como la voluntad de goce lo permita. Aunque no todo sea quererlo.

 

Notas:

  1. Consultar al respecto el siempre inagotable Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico de Joan Corominas, Madrid, Ed. Gredos, 1980, en las entradas “Querer” y “Voluntad”.
  2. “Tomen buena nota (…) de que el nombre de deseo es aquí la voluntad, que vale como deseo decidido, ese deseo que Freud llama el deseo indestructible en la última frase de la interpretación de los sueños.” Miller, J-A., “Una introducción para la escucha analítica”, Freudiana, Revista de la Counidad de Catalunya ELP, nº 79, Barcelona, 2017, pág. 18.
  3. “El análisis pide al sujeto nombrar su deseo, pero lo que se descubre es que no alcanza a nombrarlo, que ese deseo es reacio a la nominación, que no se transforma en voluntad. Todo lo que llegamos a circunscribir y nombrar del deseo es un goce. En el lugar del ¿qué quieres? obtenemos como respuesta Aquí hay goce, es decir, obtenemos una localización del goce, articulado en un dispositivo significante”. Miller, J-A., Sutilezas analíticas, Buenos Aires Paidós, 2011, págs. 41-42.
  4. Lola Flores, «Las Cositas Del Querer» (Youtube).
  5. Ángela Molina y Manuel Bandera, «Las cositas del querer» (Youtube).

 

Miquel Bassols. ELP. Barcelona.

 

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