Esta rúbrica, denominada “El deseo en los laberintos de la pulsión” me ha evocado inmediatamente, el capítulo XII del seminario Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis, titulado: “La sexualidad en los desfiladeros del significante”.

En él, Lacan se interroga si es la sexualidad la realidad del inconsciente.

Entre otras cosas, aquí dará toda su importancia al término libido, devolviéndolo a su lugar conceptual, y la relación al deseo vendrá a constituir su ubicación primordial. Lacan lo dirá claro, afirmando que “la libido es la presencia efectiva, como tal, del deseo”1.

Entonces, otorgar al inconsciente su lugar sexual implica además, que en este ajetreo inicial encontraríamos una puesta a prueba de un tiempo inaugural que conllevaría siempre, así nos lo enseña tempranamente Freud, un momento de pérdida.

Momento de ruptura, de corte, que dejaría al goce afectado de su masividad inicial.

Este goce afectado, permite otro camino al ser hablante y es allí donde podemos pensar que el deseo comienza a deambular por los circuitos y entramados, aplicando sus “rarezas y sus vueltas”.

Es por ello también, a partir de lo mencionado, que inconsciente y deseo irán de la mano; en tanto que este último constituye “el punto nodal por el cual la pulsación del inconsciente está vinculado con la realidad sexual”2.

El deseo parece ser lo que permitirá articular en cierto modo en este momento del Seminario, significante y pulsión, introducidos, claro está, por la presencia de la demanda.

Además el carácter metonímico, permite pensarlo en ese movimiento radical evanescente que circula por los “desfiladeros”, dándole su característica fundamental, imposible de cernir, pero que aporta parte del engranaje más propio del sujeto. Un sujeto cuyo enigma viene a exhibir el deseo; y es desde allí que podría pensarse ese vacío que llamamos “falta en ser”, donde reside una de sus características fundamentales.

El deseo podría entenderse como un tiempo que funda al sujeto, bajo la trampa de eso inaccesible, porque detrás de lo que se desliza, de lo inalcanzable, encontramos el objeto que viene a llenar la pérdida, pero en cuyo movimiento, no es otra respuesta que lo que insiste; es lo que en el Seminario XI Lacan nos enseña como el camino interminable que realiza la pulsión: “Como un trayecto, como un circuito articulado del que se separa y se realiza en torno al objeto goce”3.

Sabemos aquí que el objeto como objeto pequeño a tiene todo su relieve en tanto objeto de goce, pero también en tanto objeto causa de deseo y por tanto defensa frente a lo que del goce persevera; por ello hablar de sujeto de deseo, implica hablar de sujeto de la defensa, elemento clave que muchas veces lo hace inclusive extravagante.

Ahora bien, ¿qué nos permite pensar esto a la luz de la última enseñanza de Lacan? ¿Cómo dar cabida al deseo, allí donde el inconsciente está afectado de otra manera por la palabra, más precisamente por un enjambre que escapa a todo sentido, es decir; en una pura repetición insensata de lo mismo?

Si la lalangue percute sobre el cuerpo, lo golpea, el efecto sobre el mismo serán esas marcas, esos circuitos, parecidos a los desfiladeros quizás, pero que fundamentalmente no son más que del orden de un trou-matismo, y que a la vez, imprimen y otorgan su carácter propio.

Tal vez el misterio del deseo lo encontremos en esa discordancia entre lalangue y el lenguaje; allí donde uno se apropia de la palabra para hacer de ella, una experiencia de goce, pero también una experiencia de invención.

Creer en el inconsciente, es dar fe de esa disarmonía, de ese desajuste; entonces ¿hay algo de deseo aquí? Tal vez tengamos que mantener presente con toda su vigencia, las palabras de Lacan en el Seminario ya citado, donde señalaba: “La función del deseo es el residuo último del efecto de significante en el sujeto”4.

 

Notas:

  1. Lacan, J. El Seminario, libro XI: Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 2013, pág 159.
  2. Ibid., pág. 160.
  3. Miller, J.-A., Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2010, pág. 159.
  4. Ibid., pág. 160.

 

Ruth Pinkasz, ELP, Alicante.

 

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