Deseo, culpa, angustia
Por Gabriela Alfonso Walz
Deseo, culpa, angustia. Estos tres significantes en el mismo enunciado evocan, sin lugar a dudas, la neurosis. Son tres rasgos distintivos de la misma. Por la posición en el deseo, por la expresión de la culpa y por el manejo de la angustia nos orientamos en la clínica acerca de qué neurosis estamos hablando.
Si el sujeto que nos habla dice que las cosas le salen mal y que aún saliéndole bien no era eso lo que buscaba, que la culpa la tiene el Otro, que todo ese trajín le da asco, tendremos algunos datos para pensar en la histeria.
Si, por el contrario, siente remordimientos, la culpa le atormenta, y no reconoce sentir angustia, pero le es imprescindible colocar todos los objetos en el mismo lugar y en el mismo orden temporal, no sabe por qué, nos inclinaremos por el diagnóstico de neurosis obsesiva.
Con Freud hemos aprendido que el determinante inicial de una u otra modalidad de la neurosis se debe a un encuentro traumático con el goce en la primera infancia y que se ordena en relación a la pasividad o actividad del sujeto. Si vivió una intrusión de goce en la que se le supone una satisfacción al Otro estaremos en la histeria. Si, por el contrario, después de esta experiencia es él quien se procura una satisfacción semejante de manera activa, estamos en la neurosis obsesiva1.
Para ambos casos hay que aclarar que la fenomenología no es suficiente para diagnosticar con Lacan. Será la posición del deseo y bajo transferencia que podamos orientarnos más acertadamente acerca del diagnóstico. Actualmente tampoco es lo último establecer la estructura. Estamos en el tiempo de valorar los anudamientos y esto nos lleva a ejercer la clínica de otra manera.
Reflexionando sobre este eje que nos proponen las directoras de las Jornadas me han venido al recuerdo retazos de conversaciones, momentos característicos del discurso de algunos conocidos y una conferencia de Jacques-Alain Miller en España: “La contribución del obsesivo al descubrimiento del inconsciente”2.
Es en este sentido que hago algunas reflexiones.
En primer lugar me voy a referir a “la trampa”. Es una constante que en el discurso del obsesivo aparezca la trampa. Por tanto hay que considerarla estructural. Lo clínico luego es ver qué forma toma y qué función precisa ejerce en la subjetividad del sujeto.
En principio la “trampa” parecería un sinónimo de “contrabando”, aquel al que alude Lacan para hablar de la articulación del deseo que se da escamoteando el objeto3.
Y también se puede observar que el obsesivo no está dispuesto a perder nada. Por eso le es tan difícil elegir y por eso tampoco está dispuesto a pagar4. Más fácil que pagar es trampear.
Supongamos un sujeto, que atraviesa su vida sin decidirse entre dos mujeres. O dicho de otra manera, se decide por una de ellas porque la otra le obliga a elegir. La “elegida”, cómo no, es la del prestigio. Y la otra, la amada, se mantiene en la fantasía “como si fuera” la amante a la que le une una relación secreta. Se da una situación actual de la dama de los sueños idealizada y congelada. De esta manera se las ha arreglado para no perder a ninguna de las dos. Pero le ha hecho trampa al deseo y la culpa no perdona.
Lacan en el mismo apartado del mismo texto señala que se paga con una libra de carne5. Si bien se refiere al precio de la entrada en el lenguaje, esta coyuntura inaugural de la vida del sujeto da la medida de lo que será recibir del Otro y pagar lo recibido. La posición histérica siempre recibe de menos. La posición obsesiva no quiere pagar porque le cobran de más. En cualquier caso el sujeto neurótico se siente defraudado (de fraude) por el Otro y con esa posición fantasmática atraviesa luego la vida.
Puede darse el caso de un hombre que en la adolescencia quería recibir enseñanzas, favores, prebendas en general, del otro. Para conseguirlo se colocaba en una posición de debilidad. Ya en la edad adulta y con las enseñanzas recibidas e incorporadas le pareció que había pagado un precio demasiado alto. Quedaría atrapado en un enfado permanente, que a su vez sirve para colocar al otro a distancia. Doble jugada, pero qué precio tan alto puede suponer no querer pagar.
Respecto al sentimiento de culpa, dice Miller, es polimorfo6. Se relaciona con el deseo como fenómeno del mismo, se relaciona con la prohibición y la ley, se relaciona con el exceso de goce, se relaciona con no gozar bastante y se relaciona con el aplastamiento del deseo.
Cuando el sujeto obsesivo convierte la demanda en objeto, la demanda que espera le venga del Otro, está anulando el deseo. Para que el deseo se mantenga como tal debe ir ligado al enigma. Esto lo muestra claramente la histérica7.
Así mismo nos muestran que la Dama debe mantener el “no” el mayor tiempo posible si quiere despertar el deseo en el obsesivo. Será la manera de añadir una x que marque un enigma en el deseo de la Dama. Si está pronta a decir “sí”, ha entregado sus armas.
Conozco el caso de un hombre muy atractivo que no solo es aceptado sin dilaciones por las mujeres, sino que además se le adelantan en la propuesta de conocerse, encontrarse, etc. Le sucede una vez tras otra. De manera que ya no le apetece salir ni conocer a nadie. Y ha perdido todo deseo sexual hacia ellas. Se dice “esta vez será como todas, solamente se convertirá en una cifra que engrose la lista”. Claro que esta entrega sin condiciones de las partenaires no es la causa de la dificultad con el deseo, pero la incrementa.
En relación al deseo, el sujeto obsesivo se encuentra con enormes dificultades. Su drama es que para que el deseo exista tiene que existir el Otro. Es el lugar de los significantes donde todo deseo se estructura. Y él se esfuerza en mantenerlo, pero que no desee, a su vez. El deseo del Otro no queda bajo su control, podría desear cualquier cosa. El obsesivo teme que el deseo del Otro se reduzca al capricho. Lo inesperado, la sorpresa, le son intolerables. Que el otro demande, sí. Pero dentro de un orden.
Vayamos al Seminario 8 8. Lacan da las claves para entender qué dificultades tiene el obsesivo con su deseo. Cito: “No abolición, tampoco destrucción del deseo del Otro, sino rechazo de sus signos. He aquí lo que determina esta imposibilidad tan particular que afecta en el obsesivo a la manifestación de su propio deseo”.
Se aprecia con claridad la diferente relación que establecen la histérica y el obsesivo con el Otro. La histérica sostiene el deseo, sostiene al Otro y para asegurar el deseo hace el esfuerzo de quedar siempre insatisfecha. Justamente al contrario que el obsesivo. Para él se trata de que el Otro desee, pero que el otro no muestre los signos del deseo. Que el Otro desee es imprescindible porque de lo contrario no habría lugar para alojarse el sujeto, pero una vez asegurado este requisito el obsesivo no quiere saber más de esto. Es un modo de hacer trampa, como decía al principio. No enfrentarse con las consecuencias de que el Otro desee. Más bien, no darse por enterado.
Para ello cualquier estrategia es válida. Como lo es, reducir Fi mayúscula a fi minúscula. Sobreponer objeto a y fi (minúscula), estableciendo posteriormente la metonimia de los objetos convertidos así en intercambiables. Así nos lo muestra el fantasma del obsesivo9. El símbolo Fi (mayúscula) es el significante del deseo y en esa medida se presenta degradado en la estructura obsesiva. Freud, dice Lacan, llamó a su caso “el hombre de las ratas” cuando en realidad se trataba de una sola, aquella que dio pie al delirio del tormento. Sin embargo, el plural pone en evidencia la metonimia de los objetos.
A este respecto podría hacerse mención a aquel(los) hombre(s) que tienen una agenda de contactos femeninos en una lista para echar mano de ella cuando una relación se termina. Añaden nombres, borran otros y van contactando por orden alfabético. Si una dice “no”, se pasa a la siguiente.
El obsesivo toma como unidad de medida el fi minúscula solapada con el objeto a. De éste modo se produce la sucesión de partenaires. Bien diferente a la experiencia de la histérica, que pone el objeto a sobre la barra que oculta el “menos fi” de su propia castración imaginaria. Una ruptura sentimental es estructuralmente más catastrófica para una histérica que para un obsesivo por esta razón. Comparando el fantasma en la histeria y en la neurosis obsesiva se entiende que la conmoción que pueda sufrir el fantasma en las rupturas sentimentales tiene consecuencias muy diferentes en un caso y en el otro.
Para mantener a raya el deseo del Otro el sujeto obsesivo no puede encontrarse con el espacio vacío entre significantes. Lo anula. Se puede comprobar en las sesiones cuan ininterrumpido y veloz es a veces su discurso. No sea que el analista le haga una indicación sorpresiva.
Las indicaciones que hemos recibido de Lacan para la clínica del obsesivo son todas a poner en práctica: cortar las sesiones sin que se cierre el sentido, llevar al sujeto a reconocer la parte que tomó en la aniquilación del deseo de uno de los progenitores por el otro, forzar a que los encuentros no sean reencuentros. Y sobre todo, hablar poco.
Bibliografía consultada:
- Freud, S., “Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa”, Obras completas, Madrid, Biblioteca Nueva, T. 1, págs. 287-289.
- Miller, J.-A., “La contribución del obsesivo al descubrimiento del inconsciente”, Introducción a la Clínica Lacaniana, Barcelona, RBA, 2006, pág. 194.
- Lacan, J., “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos, RBA, Barcelona, 2006, pág. 613.
- Miller, J.-A., “La contribución del obsesivo al descubrimiento del inconsciente”, op. cit., pág. 196.
- Lacan, J., “La dirección de la cura y los principios de su poder”, op. cit., pág. 609.
- Miller,J.-A., “El Seminario de lectura del libro V de Jacques Lacan”, Barcelona, ECFB, 1998, págs. 108-109.
- Ibid. pág. 106.
- Lacan, J., El Seminario, libro 8: La transferencia, Buenos Aires, Paidós, 2003, pág. 282.
- Ibid., pág. 287.
Gabriela Alfonso Walz, ELP, Valencia.