Si efectivamente la clínica nos confirma las consecuencias de habitar las subjetividades contemporáneas, éstas a su vez, requieren cierta mirada en su modo de constitución.

Los signos de impotencia de la regulación del goce pulsional por los semblantes del amo clásico, develan la increencia progresiva en su pregnancia moral, mayormente efectiva hasta no hace muchas décadas.

Las religiones, acreedoras de un supuesto saber sobre el “pecado original”, han metaforizado en él la falta estructural y sostenido un estilo subjetivo de obediencia moral, ante la culpa inducida por pecar con el pensamiento, palabra, acto y omisión, según la doctrina católica. Difícil salida a una redención que no sea en la dimensión del sacrificio y la renuncia a toda “tentación” del deseo -hecho reforzado con la vigilancia obscena del superyó, amén de “sus exigencias más obligatorias”1-.

La tragedia y parricidio en Edipo y en el mito freudiano de Tótem y tabú, inscriben una ley que condena por un acto que conlleva un goce pulsional en la causa. Estos modos míticos freudianos del establecimiento de la subjetividad enraizados en un asesinato, entronizan la figura del padre muerto, como garante mismo de esa ley retroactiva.

En el éxodo -estructura final de toda tragedia-, el reconocimiento por el héroe de su culpa y el consecuente castigo inexorable de los dioses, adquirían para el espectador una enseñanza y sentencia esencialmente morales, que además, le implicaba íntima y subjetivamente.

Pero “el Edipo sin embargo no podría conservar indefinidamente el estrellato en unas formas de sociedad donde se pierde cada vez más el sentido de la tragedia”2. Entonces consideramos otro destino subjetivo con la pluralidad de los nombres del padre o en el ir más allá de su semblante, a condición de servirse de la marca de su función, y lo que de ello conviene suponer, al sujeto que se orienta por el deseo.

Cuando Lacan presentó en Milán el matema del discurso capitalista en 1972, daba a entender que los avatares de la subjetividad y la tensión frente a la demanda de satisfacción, iniciaban un desarreglo irreversible -respecto a la regulación acordada con el amo clásico-. El cuarto de giro que desplaza al $ en condición de agente, ubica al mismo tiempo el S1 en el lugar de la Verdad.

$/S1 S2/a

Inversión fatal, porque se rechaza “lo que la verdad “oculta” posibilitando al $ infatuarse en la apariencia de un amo de sí mismo liberado de la marca directiva del S1. Encontramos así, el despliegue de las figuras contemporáneas de autogestión impelidas por una demanda de satisfacción, que el sujeto debe encontrar en el objeto de consumo a medida, que el mercado ofrece de manera insensata e incesante. Cabe destacar que la instancia del superyó, lejos del objetivo que otrora se centraba en la renuncia, en la nueva alianza hace de altavoz: ¡Goza sin límite! Paradoja que somete luego en la culpa por el derroche inducido. Nos es preciso dilucidar cómo, esta nueva forma discursiva es capaz de modelar nuevas subjetividades convenientes al modo de producción capitalista, secuestrando toda cuestión de lo particular del sujeto. El libro Horizontes neoliberales en la subjetividad, de Jorge Alemán, tiene en este cuestionamiento amplio desarrollo.

Nuestra clínica orientada por Lacan, tiene la ventaja de estar advertida de la presente manipulación y contrapone otro modo de recepción al sujeto que desee una experiencia que le oriente en la responsabilidad frente a la culpa de “haber cedido en su deseo”. En el momento de concluir, sería esperable este pasaje de la tragedia de ser (el mê phýnai de Edipo), a la autorización a “ser como se goza” en el marco de una ética que nos particulariza.

Seguramente el afecto de remordimiento como reconocimiento de la culpa de un deseo postergado, pueda “licuarse” en tiempos de un Otro también desdibujado, y sólo podamos rescatar su impronta, por ejemplo, en el decir menos tonto del poema con el que Borges nos conmueve3, tras la muerte de su madre:

 

El remordimiento

He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.

 

Notas:

  1. Lacan, J., El Seminario, libro 7: La ética del Psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1986, pág. 369.
  2. Lacan, J., “Subversión del Sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, Escritos I, México, Siglo XXI Editores, México, 1983, pág. 324
  3. Borges, José Luis, La moneda de hierro, Barcelona, Editorial Lumen, 2011, pág. 457.

 

Ricardo Acevedo, ELP, Málaga.

 

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