En la carta abierta que Jacques Lacan publica el 5 de enero de 1980, disolviendo la Asociación que daba estatuto jurídico a la Escuela Freudiana de París, agradece a los miembros el haberle enseñado dónde él, Lacan, fracasó por embrollarse: “Esta enseñanza es preciosa para mí. La aprovecho. Dicho de otra manera, persevero”1. Se enfrentó así a la deriva del descubrimiento freudiano y del movimiento impulsado por Freud, quien permitió “que el grupo psicoanalítico pudiese más que el discurso y deviniese Iglesia”. Perseverar allí es ir a contra la inercia de una institución que, como todas, sólo por funcionar como tal somete el discurso a “sus desviaciones y sus compromisos que amortiguan su progreso al degradar su empleo”.

El juego de palabras con “per-severe”, en francés padre-severo (père-severe), supone ir en la “contra-experiencia” con “obstinación”, para afrontar, por la vía del matema, aquello que sostiene la estabilidad de toda iglesia, el sentido, “porque el sentido es siempre religioso”, es decir que su sostén es en último término Dios-padre2.

Es esta estabilidad, fundada en una debilidad, la que alimenta la presencia de la figura del padre, es decir, este no es más que el síntoma del desfallecimiento del deseo.

Este acto declaradamente político de Lacan se inscribe, entonces, en su misma enseñanza, con la que luchó sin descanso por ir más allá de lo que no se quiere saber, evitando la debilidad del pensamiento. Eso que se evita es el goce en juego en toda elección y tenerlo presente, ir advertido de ello, permite que no desfallezca el deseo.

Para saber cuál es la garantía de la función paterna, Lacan en 1975 proclamó que no importa quién puede ser padre, o sea, ocupar el lugar de excepción, ya que este lugar puede no ser forzosamente el de la función paterna, entendida como lo que hace función de síntoma para el niño. Definirá así lo que es un padre a partir de la causa, cortando con el mito freudiano de la garantía universal, para preguntar bajo qué condición el padre puede tomar su lugar como síntoma en la estructura subjetiva del niño3.

Así es como afirma que un padre sólo tiene derecho al amor, y no al respeto, siempre que esté perversamente orientado. Y aquí se pone en juego el objeto pequeño a, es decir aquello que es causa del deseo: una mujer para tener los niños y darles cuidados paternales, lo quiera o no. Es la función esencial del padre: hacer que la causa de su deseo sea una mujer, en su particularidad.

De esta manera la única garantía de la ley es la “versión” del goce del padre, lo que marca el lugar, no de un dios sino del goce en juego. Ahora bien si esa garantía de la función del padre es la garantía de un goce, ello sólo ocurre si él da a saber que ciertamente quiere ocupar ese lugar4.

 

Notas:

  1. Lacan, J., “Carta de disolución”, en www.wapol.org
  2. Ibid.
  3. Lacan, J., , El Seminario, libro 22: R.S.I. [1974-1975], 21 janvier 1975, en Ornicar ?, Bulletin périodique du Champ freudien, 3, mai 1975, págs. 107-108.
  4. Ibid.

 

Rosalba Zaidel, ELP, Barcelona.

 

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