Dos referencias fundamentales al padre, como función y como síntoma que anuda lo real, lo simbólico y lo imaginario de la estructura subjetiva, las encontramos en los seminarios RSI y El Sinthome.

El concepto de père-version remite a la perversión del padre, a la versión hacia el padre, a las versiones del padre y se sitúa, en la última enseñanza de Lacan, más allá del Edipo.

Sanciona el hecho de que Freud sostiene todo en la función del padre y eso es el nudo bo (…). No es más que la traducción de que el amor se dirige al padre, en virtud de que se lo considera portador de la castración. Es lo que expone Freud en Totem y Tabú con la referencia a la horda primitiva. Los hijos aman al padre en la medida que están privados de mujer1.

Para cumplir su función y tener derecho al respeto e incluso al amor, el padre debe de estar perversamente orientado, es decir, hacer de una mujer el objeto a que causa su deseo. Al deseo de la madre que en el mito edípico sitúa al Nombre del Padre en su lugar simbólico, se añade la función de excepción del Padre del mito de Totem y Tabú. Ese al-menos-uno que en su goce dice que no a la función fálica es algo necesario en la estructura para que se pueda hablar de un universal, de que todo hombre está sujeto a la castración. Pero, paradójicamente, es ese decir que no del padre lo que le sitúa en relación con la función fálica.

Esa una-mujer que causa su deseo,

de lo que se ocupa es de los objetos a que son sus hijos, con quienes el padre interviene -excepcionalmente en el buen caso- para mantener en la contención, en el justo mi-dieu (aquí es fundamental la homofonía entre: medio-dios, justo medio, justa medida, medio decir), la versión que le es propia de su père-version, única garantía de su función de padre que es la función de síntoma2.

Debe ser un modelo de la función. Constituir un tipo, un ejemplo de la misma.

Poco importa que tenga síntomas si añade a ellos el de la perversión paterna, es decir que su causa sea una mujer que él se haya conseguido para hacerle hijos y que a éstos, lo quiera o no, les brinde un cuidado paternal (…). La normalidad no es la virtud paterna por excelencia, sino únicamente el justo medio decir (mi-dieu) dicho al instante, o sea el justo no-dicho, a condición de que no se vea inmediatamente de qué se trata en lo que él no dice3.

Y añade que esa singularidad del padre en su función, ese justo mi-dieu, es raro que él lo logre, que nada hay peor que un padre que profiere la ley sobre todo, el padre educador.

Entonces, ¿qué podemos entender por “cuidado paternal”? ¿Qué decir, también, de los afectos del padre si pueden mostrar “de qué se trata en lo que él no dice”?

El afecto, como señala Lacan en Televisión,

tiene que ver con el cuerpo en tanto efecto de la incorporación de la estructura del lenguaje por el viviente. Si por algo está afectado el cuerpo, ya sea en la tristeza, el mal humor, el aburrimiento, la cólera, el odio o la angustia, es en primer lugar por dicha estructura4.

Lacan evoca la cólera, como irrupción perturbadora de lo real, en diversos escritos y seminarios, pero es en El deseo y su interpretación donde me parece que queda especialmente explicada:

Un afecto fundamental como el de la cólera no es otra cosa que esto, lo real que llega en el momento en que hemos hecho una muy bella trama simbólica, en que todo va muy bien, el orden, la ley, nuestro mérito y nuestra buena voluntad. De repente nos damos cuenta de que las clavijas no entran en los agujeritos. Este es el origen del afecto de la cólera5.

No es infrecuente escuchar a los analizantes hablar de la cólera del padre, que muestra un goce que se escapa del goce fálico, que desborda ese medio-decir y, a través de la cuál, más bien es algo de ese no-dicho lo que se pone de manifiesto, que le impulsa a vociferar o, en el peor de los casos, a pegar a esos objetos a que son sus hijos, o sólo a alguno de su elección. Sabemos de la gran variedad de efectos singulares para cada uno de ellos: desde el cuerpo marcado como objeto para gozar a la frecuente significación de que es un signo del amor del padre, entre otras.

Cada uno de estos hijos, uno por uno, tendrá su propia père-version, que podrá ir desde la idealización al estrago o hasta la increencia.

 

Notas:

  1. Lacan, J., El Seminario, libro 23: El sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2006, pág. 148.
  2. Lacan, J., El Seminario, libro 22: RSI (clase del 21 de enero 1975), Ornicar? nº 3, Paris, 1975, pág. 107.
  3. Ibid., pág. 108.
  4. Lacan, J., “Televisión” (1974), Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, pág. 551.
  5. Lacan, J., El Seminario, libro 6: El deseo y su interpretación, Buenos Aires, Paidós, 2014, pág. 159.

 

Clara Bardón, ELP, Barcelona.

 

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