¿Quieres lo que deseas? Excentricidades del deseo, disrupciones de goce. Tuve noticia del título de las jornadas de la ELP de 2018 cuando finalizaba la lectura del curso El ultimísimo Lacan de Jacques-Alain Miller. El apelo de las jornadas al deseo, justo allí donde parecía agotarse, tuvo en mí el efecto de una invitación a preguntarme sobre algo cercano a lo imposible: ¿qué ocurre con el deseo al avanzar en la enseñanza de Lacan?, ¿qué al avanzar en el propio análisis?

Para tratar de responderme, decidí pasear de forma errante por algunos textos que me resultan extrañamente familiares. No es mal sistema y mucho menos un sistema original, baste recordar que los paseos errantes por un lugar extrañamente familiar fueron la opción elegida por la Lol de Marguerite Duras a su regreso a S. Thala1. Lol rememora su arrebato, su confrontación con lo real, y al vacío que allí se abre responde con sus paseos errantes, precursores de su intento de solución a tres. Pero Lol transita por lo real, sin el auxilio feliz de las palabras y los textos hacia los que yo me dirijo.

¿Y encuentro algo? Sí. Al igual que Lol reconocía algo que la hacía sonreír en el rostro de algunos hombres con los que se cruzaba, con frecuencia reconozco el deseo bajo diversos nombres o incluido en ellos. Por ejemplo, en algunos textos de Lacan ligado al que suele verse como su antónimo: el goce, sus exigencias, efectos, causa.

Algunas veces Lacan se refiere al deseo por su propio nombre, como en el Seminario 23. Comenta:

¿Por qué no pensar el caso de Joyce en los siguientes términos? ¿Su deseo de ser un artista que mantendría ocupado a todo el mundo, a la mayor cantidad de gente posible en todo caso, no compensa exactamente que su padre nunca haya sido para él un padre?2.

Ese deseo que ofrece a Joyce un particular anudamiento es un deseo que confluye con el goce, deseo que también comparece en un análisis.

En un análisis hay un deseo de saber que contribuye a la manipulación y vaciado del síntoma, llevando al analizante a confrontarse con su irremediable soledad y, consecuentemente, a desengancharse del Otro. Es entonces, liberado de su vieja articulación, de la barrera de las identificaciones y los ideales, cuando el deseo puede confluir con el goce. ¿Y de qué orden sería esa confluencia? Creo que del orden del hacer, del hacer continuo que toda solución requiere, del acto, del funcionamiento.

Pero esta primera respuesta no basta para poner fin a mi paseo. Mi feminidad no se satisface con lo encontrado y mi andar errante continúa. Me dirijo entonces al Seminario 20 de Lacan:

El ser sexuado de esas mujeres no-todas no pasa por el cuerpo, sino por lo que se desprende de una exigencia lógica de la palabra. En efecto, la lógica, la coherencia inscrita en el hecho de que existe el lenguaje y de que está fuera de los cuerpos que agita3.

Hay un goce que no pasa por el cuerpo, un goce que está fuera de los cuerpos que agita, que nada tiene que ver con el sentido pero sí mucho con el lenguaje. Es ese goce el que parece provocar el excéntrico deseo de pasear, de errar, de forzar la experiencia de la contingencia. Estamos en el territorio del goce fuera de sentido, pero no bajo la modalidad que frente a la muerte o el desamor nos deja sin palabras, ni siquiera del resto opaco del síntoma, sino del goce Otro.

La agitación de los cuerpos comparece de otro modo en el Seminario 23 de Lacan:

Las pulsiones son el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir. Para que resuene este decir, para que consuene, otro término del sinthome madaquin, es preciso que el cuerpo sea sensible a ello. De hecho lo es. Es que el cuerpo tiene algunos orificios, entre los cuales el más importante es la oreja4.

Se presenta ahí la pulsión desnuda, su percusión, y lo hace ligada a la voz, a la voz áfona del Otro, pero también al decir que resuena en torno a su vacío, a las resonancias. Y es que la inexistencia del Otro no impide que un cierto eco reste, pues lo que sí existe es aquello capaz de crearlo: el lenguaje.

Me desvío aquí a una obra Octavio Paz, un ensayo en el que aborda una experiencia vivida por el poeta Hugo Ball, uno de los fundadores del movimiento dadaísta. Ball participó en algunos recitales de poesía fonética y describió lo sentido al percutir las sílabas fuera de sentido sobre su cuerpo como un trance religioso, experiencia que Paz explica como algo que “no está antes de la significación sino después. (…) No está más acá sino más allá del sentido”5.

Ese “más allá del sentido” de Paz es un buen nombre para aquello que permite a algunas mujeres abandonar el loco intento de prescindir de lo fálico y cesar de buscar -como Lol- la palabra para lo innombrable: “Una palabra-ausencia, una palabra-agujero (…) [que] no se habría podido pronunciarla, pero se habría podido hacerla resonar”6. Condescender a un “más allá del sentido” permite anudar lalengua y discurso, satisfacerse con el eco del decir, con un más allá del lenguaje pero no sin el lenguaje; es un modo de hacerse incauto de un cierto real, de dejarse engañar por las palabras, palabras que enmarcan y limitan los silencios por los que la experiencia de lo real se cuela.

Y en este territorio del goce fuera de sentido -sea del Otro goce o del resto opaco del síntoma- hay ciertamente deseo.

Por un lado un deseo de saber ligado a la imposibilidad de decir sobre ese goce indecible, sobre lo que jamás podrá ser sabido, lo innombrable que habita en cada uno, lo que se cuela a través del bello semblante de las palabras. Un deseo de saber que coloca a quien lo siente irremediablemente en posición de analizante.

Por otro lado, cuando el goce se vincula al lenguaje y sus resonancias, puede dar lugar a un particular deseo de hacer: al deseo de hacer lazo con los seres hablantes, de estar con los otros, de construir, contribuir y sostener causas comunes, por ejemplo una Escuela.

Hay pues de lo Uno, reducido y manipulado hasta alcanzar algo cercano a un límite y revelarse sin esperanza alguna de hacer dos; y hay un resto de goce fuera de sentido capaz -desde diferentes invenciones- de dar lugar a un deseo de saber sobre lo imposible e, incluso, sirviéndose del lenguaje, a un deseo de hacer lazo no-todo del orden de la ética.

 

Notas:

  1. Duras, M., El arrebato de Lol V. Stein, Barcelona, Tusquets, 1987.
  2. Lacan, J., El Seminario, libro 23: El sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2006, pág. 86.
  3. Lacan, J., El Seminario, libro 20: Aún, Buenos Aires, Paidós, 2008, págs. 17-18.
  4. Lacan, J., El Seminario, libro 23: El sinthome, op. cit., pág. 18.
  5. Paz, O., “Lectura y contemplación”, Sombras de obras, Seix Barral, 1983.
  6. Duras, M., El arrebato, op. cit., pág. 40.

 

Rosa Vázquez, socia de sede, A Coruña.

 

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