En el centro de salud mental donde trabajo participo de un programa de atención a adolescentes llamado “Riesgo en las Adolescencias”. Lo que fundamenta la atención es la creación de grupos de conversación con adolescentes.

Lacadée señala que en la adolescencia se opera una desconexión para el sujeto entre su ser de niño y su ser de hombre, jugándose la implicación de una elección decisiva que incluye la dimensión de un acto como tentativa de inscribir algo en las crisis de identidad. El acto sirve de salida del impasse de la relación con el Otro y supone a su vez lo que se experimenta como un imposible de decir, queriendo mostrar a veces con violencia la dimensión de la verdad de su ser.

Lacadée rescata la indicación dada por Lacan que califica la conducta del sujeto de pantomima, siendo ésta el arte de expresarse sin palabras. El trastorno de la conducta sería la pantomima de un texto que resulta desconocido y que estaría por producir. ¿La pantomima acompaña a un texto inaccesible o es un lenguaje? Suponemos a la conducta, un texto que la soporta, siendo el trastorno una respuesta al malestar del sujeto y a su vez una forma de presentación al Otro.

Las conductas de riesgo de los adolescentes son aquellas en las que el rasgo común es perjudicar su futuro o poner en peligro su salud. Lacadée señala que son la manera de asegurarse el valor de su existencia, el precio de la verdadera vida.

El trabajo con los adolescentes desde el centro de salud se realiza en los Institutos en la forma de grupos de conversación. Se llevaron a cabo dos grupos de adolescentes de perfiles bien distintos, nombrados por la Institución como “los conductuales” (sobreexcitados) y “los inhibidos” (apáticos).

El primer grupo son los adolescentes disruptivos que hacen síntoma a la Institución escolar, ahí donde ésta se plantea como un lugar donde el orden impuesto y la norma son lo fundamental, estos adolescentes plantean una oposición. Ponen en valor su singularidad en oposición a un ideal válido para todos, alterando siempre el orden establecido interrogando así la eficacia de las normas y del deber. “Nosotros somos los que contestamos”, se diferencian de aquellos que se adaptan sin cesar a lo que los maestros plantean. “Aquí venimos a pasarlo bien”. Se consideran con el derecho a retrasarse en los estudios, “No hay prisa” dicen. Finos observadores de sus maestros describen a menudo su vínculo con ellos destacando sus cualidades y sus defectos. Ser escuchados en su decir es un rasgo fundamental para señalar la bondad de un maestro, lo es también que les ayuden en una tarea “nos dijo de qué iría el examen”. Los maestros que responden con un “parte” a una conducta no adecuada suelen ser rechazados, a menudo con la vivencia de un goce oculto “parece que les gusta ponernos partes”.

El otro grupo es el de los chicos inhibidos, no se relacionan con nadie, nunca toman la palabra en clase, deambulan solos por la Institución. Se identifican con una serie de rasgos, sienten vergüenza al hablar, a preguntar si no entienden algo, sus intereses están muy alejados de lo escolar, son grandes conocedores de algunos juegos electrónicos a los que dedican muchas horas y que serán objeto de la conversación en el grupo. La palabra circuló con dificultad al principio, era necesario de mi parte poner en marcha una posible conversación. Poco a poco la fueron tomando, un juego electrónico al que todos jugaban se convirtió en el eje de la conversación.

En uno de los encuentros se produjo un interesante episodio. Hice notar algo que venía ocurriendo habitualmente, cuando un chico toma la palabra y empieza un relato los demás fácilmente le interrumpen y burlan su decir. Ellos afirmaron que así era, que lo hacían habitualmente. Pensaban que no tenían tiempo de escuchar todo, que estaban apurados, que querían siempre estar en otra cosa.

En otro grupo, se produjo una sesión en la que un chico, casi al final de la misma y después de gritos y pequeñas reyertas, habituales en los encuentros, empezó un pequeño relato de su historia familiar. El silencio en ese momento fue absoluto, al terminar comentaron su narración y algunos explicaron su historia. Tomó relevancia para cada uno el vínculo con el padre, dado que en el primer relato había aparecido la violencia de éste a la madre y el rechazo del chico hacia aquel.

Si la hipótesis es que el trastorno de conducta es una pantomima de texto desconocido, la conversación se pretende como un espacio donde la palabra tome el lugar de ésta.

 

Bibliografía:

  • Lacadée, Ph., El despertar y el exilio, Madrid, Gredos, 2010.

 

Dolors Arasanz, socia de Sede, Barcelona.

 

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