El inconsciente goza, muchas veces a nuestro pesar. Irrumpe en nuestra vida como un sufrimiento insensato hundiéndonos en la angustia. La invención del psicoanálisis partió de suponer que ese sufrimiento tan real del síntoma estaba hecho de palabras y se lo podía hacer hablar. A esa convicción responde el dispositivo analítico, basado en el acto inaugural de Freud de abstenerse de utilizar el poder que le otorgaba la transferencia con fines de dominio. Algo que Lacan llevó más lejos con el concepto de “deseo del analista”.
El inconsciente es también un saber sobre el goce, que por ser incompatible con los ideales del sujeto ha sido rechazado de su palabra consciente. Por esa misma razón ocupa el lugar de aquello que no se puede decir porque no hay significante para ello, el goce silencioso del cuerpo. El sujeto está encadenado a esos significantes aunque no lo sepa, lo cual explica que cuando eso irrumpe en su vida lo haga de forma disruptiva y como una repetición sin sentido. Sólo en el curso de un análisis el sujeto puede llegar a saber que esa repetición insensata que actúa como un destino tramado por un Otro oscuro, es el programa de su inconsciente.
Pero, para alcanzar ese punto, el sujeto tiene primero que cambiar de posición en el discurso, lo cual supone una pérdida. De creerse dueño y señor del saber sobre sí mismo, pasará a interpelar al Otro sobre lo que le pasa y luego, en virtud de la respuesta del analista, que no se identifica a ese Otro que sabe y da la palabra al inconsciente, el sujeto podrá asumir la posición de trabajador en la transferencia. De esta forma empezará a sustituirse al lugar del inconsciente, del cual hasta ese momento él era sólo su marioneta puesto que lo inconsciente trabajaba y ordenaba su vida sin que él lo supiera. Esta es una lectura posible de la célebre fórmula freudiana: “Donde era el Ello, yo (en tanto sujeto) debo llegar a ser”.
El análisis entonces conduce al sujeto, por la vía de su palabra, al punto en que debe hacerse responsable de una elección respecto al deseo y al goce. Freud hablaba de una “segunda oportunidad”. ¿De qué? Entiendo que de hacer otra cosa con el deseo y con el goce, otra cosa que no sea el rechazo sin más, sin querer saber nada sobre eso. Es el momento de elegir si quiere lo que desea y de hacer algo con su goce.
¿Que nueva articulación entre goce y deseo puede surgir después que se ha vaciado el sentido del síntoma y desarticulado el programa del fantasma? Eso es lo que la Escuela investiga mediante el dispositivo del Pase y nos permite conjeturar qué es un deseo de escuela. Sería el deseo de alguien que de alguna manera continúa en posición de analizante, en tanto está en el lugar del que trabaja o incluso en el lugar del inconsciente, pero que ya no necesita la ficción del Otro como Sujeto supuesto Saber. Un sujeto así estaría en condiciones de interrogar lo real de la clínica no a partir de su fantasma o su inconsciente, sino orientado por su experiencia de la inexistencia del Otro y de su deseo de saber.
Es un deseo de este tipo lo que haría que una escuela de psicoanálisis sea un grupo diferente a las masas estudiadas por Freud, ya que no se ordena a partir de la identificación de todos con un objeto puesto en el lugar del Ideal del Yo, sino a partir de un deseo de saber sobre algo que falta en el Otro: el analista.
“No hay relación sexual”, dice Lacan. Luego agrega: “Hay Uno”. Se podría decir que esto es lo que obtiene un sujeto al final de su análisis y que lo capacita para ocupar el lugar del analista, ya que sabe que su goce no es el del otro y por tanto no debe ponerlo en juego si quiere que el analizante llegue a saber algo sobre el suyo propio. Pero entonces el “Uno” no es todo, no es la extinción del deseo ni la desaparición del Otro. El deseo subsiste y si ese deseo es el de saber qué es un analista, entonces es un deseo de Escuela.
Jorge Sosa, ELP, Barcelona.