En el escenario de la hipermodernidad tenemos una infancia que se debate entre los tiempos intermitentes y los aburrimientos, allí nos encontrarnos con niños atiborrados de objetos en un sinfín de posibilidades. También es habitual verlos cubriendo sus tiempos con múltiples actividades destinadas a su formación o divertimento. Los cuerpos agitados e inquietos, las diferentes expresiones de la violencia y las dificultades para aprender y establecer lazos sociales son los síntomas de cierta desmesura.

Parecería que los objetos de la demanda no alcanzan como signos de amor del Otro, lo cual dificulta la frustración que habilita el acceso a lo simbólico y el intercambio de la nada por nada que da lugar al amor. Por el contrario, cuando no hay negatividad para los objetos se remite al sujeto a un círculo sin salida en el cual la posesión del objeto como tal lo sume en una lógica del goce y una dialéctica de la competitividad agresiva. El mercado capitalista se nutre de esta subjetividad en la que se exprime el tiempo en pos del rendimiento. José Ramón Ubieto lo señala claramente en su libro Niñ@s hiper1; actualmente la relación con la infancia se traduce en las dificultades de la función paterna y el consiguiente intento de abarcarlo todo a través del hipercontrol o la hiperpautación. Una muestra de ello es el extendido significante hiperpaternidad, un intento de nombrar la respuesta del Otro de la frustración o de la prohibición que se convierte en lo contrario: padres que no saben cómo responder a la metonimia de la demanda y que quedan en un lugar de impotencia.

No obstante, se plantea la necesidad de dilucidar la confusión entre lo colmado y/o lo saturado de objetos. ¿Todos los niños que tratamos son niños colmados? ¿Todos los niños están atiborrados de cosas o tareas? No, no todos.

El trabajo clínico en los intersticios de la institución pública a través de una serie de breves intervenciones me acerca al encuentro con otros niños. Acciones puntuales que en el uno por uno del caso y junto a la conversación con otros profesionales posibilitaron un espacio de apuesta por el sujeto. Estos niños y/o adolescentes desde el lugar de la exclusión del sistema y de la precariedad de su situación denuncian con sus síntomas un real que no se deja colmar. La mayor parte son personas con carencias socio-culturales, educativas, sanitarias y materiales. No están llenos de aparatos tecnológicos, ni de actividades extraescolares o planes de ocio y tampoco de sobreprotección. Sus egos no están inflados de narcisismo por adultos que los pretendan exitosos. Son niños colmados de carencias. Algunos también son niños hiper y no escapan a la homogeneización y el etiquetado de las clasificaciones actuales.

En el esfuerzo por encontrar la interpretación analítica que conviene a la época está la conjugación entre la distancia que el analista toma con respecto a los significantes-amo productores de la subjetividad de la época, en este caso de la infancia, y el sujeto del inconsciente. En unos y otros casos las preguntas de la infancia son las mismas. Sus dificultades muestran que la realidad del tener mucho, poco o nada no garantiza el deseo. Esta nada no es lo mismo que el vacío que es su condición. Se trata, mas bien, de aproximarse en cada caso a la verdad en la articulación entre el niño y la subjetividad del Otro y qué solución fallida ha inventado para responder a “el modo de falta en el que se especifica el deseo”2. El analista está advertido del agujero que rodean las formas que conectan el ser y el lazo con la madre y cada vez que se orienta en la cura busca ese objeto que colma y las consecuencias en “relación con un deseo que no sea anónimo”3.

 

Notas:

  1. Ubieto, J. R.; Pérez Álvarez, M., “Niñ@s hiper: infancias hiperactivas, hipersexualizadas, hiperconectadas”, España, Ned Ediciones, 2018.
  2. Lacan, J., “Dos notas sobre el niño”, Intervenciones y textos 2, Buenos Aires, Manantial, 2007, pág. 56.
  3. Idem.

 

Carolina Martini, Socia de Sede, Valencia.

 

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