Un análisis sirve para aflojar lo que, en efecto, se presenta como escritura de lectura fija y en ocasiones como programa. Todo el mundo, del lado varón, ha sido un pequeño Hans que se pregunta por lo que le pasa cuando siente moverse su colita, y eso le conmueve en circunstancias particulares. Debe hacerse con ello una posición en el mundo y un programa de goce que le asegure que es hombre, es decir, que eso se dirige a otro. Según los azares, eso tomará una significación: “¡Yo también soy un hombre!”.

El psicoanálisis procede poniendo en serie las cadenas de discurso que fueron cortocircuitadas, el agujero que se produjo en el lenguaje. Hace vibrar en el borde del agujero todos los equívocos de la lengua. Eso da un grado de libertad más grande para aflojar el programa de goce estricto, con el fin de dar respecto a él una pluralidad de lecturas muy grande: comienzan ustedes por lo que es dicho, llegan a extraer de allí una escritura, a circunscribir el agujero que esa escritura bordea, y aflojan lo que ese punto constriñe, de modo que permita lecturas más amplias, más polisémicas, más equívocas, que dejen más posibilidades a la contingencia del encuentro.

El deseo decidido no está decidido por una fijación de goce, sino, al contrario, por la capacidad de soportar ponerse en manos de la contingencia, en el hecho de que no es previsible y que lo mejor que le puede suceder a alguien no es fijarse a un “sí mismo” sino “convertirse en uno mismo”. Como decía Nietzsche, “sé quien eres”, lo cual quiere decir: reinvéntate siempre. La única posibilidad de convertirse en aquello que se es, es no dejar nunca de estar en relación con el poder de evocación, lo que Lacan llamaba “el Gulliver del lenguaje”, con ese ser que permite circular tanto entre los gigantes como entre los enanos, que permite explorar el mundo e ir al encuentro de las diferentes islas imprevisibles que nos esperan en el curso de nuestro viaje.

 

* Conferencia publicada íntegramente en El Psicoanálisis, Revista de la ELP, nº 33, Barcelona, octubre de 2018.

 

Éric Laurent, ECF, París.

 

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