¿Quieres lo que deseas?

Por Araceli Fuentes

La excentricidad del deseo: En 1960, en Observación sobre el Informe de Daniel Lagache1, Lacan hace referencia al objeto a diciendo: “Esto es lo que le permitirá tomar en el término verdadero del análisis su valor electivo de figurar en el fantasma aquello delante de lo cual el sujeto se ve abolirse realizándose como deseo”. Es decir que la realización del deseo implica la abolición del sujeto por el objeto a en su función de causa… “Para llegar a este punto más allá de la reducción de los ideales de la persona, es como objeto a del deseo, como lo que ha sido para el Otro en su erección de vivo, como el wanted o unwanted de su venida al mundo, como el sujeto está llamado a renacer para saber si quiere lo que desea…”. Así la pregunta de si el sujeto quiere lo que desea concierne a lo que ha sido como objeto a para el deseo del Otro.

¿Cómo puede saber el sujeto qué ha sido como objeto para el deseo del Otro? La respuesta sólo le puede venir del propio análisis, único lugar donde es posible llegar a localizar el deseo tal como éste se fija en el fantasma en el que el sujeto dividido del inconsciente y el objeto a se articulan.

Según Lacan en Posición del inconsciente, las dos operaciones lógicas que causan el sujeto son la alienación y la separación. Si en la operación de alienación, el sujeto no existe como tal por estar incluido en el Otro en una vacilación entre el ser, petrificado bajo el significante, y el sentido, y sólo adviene extrayéndose de la cadena del Otro, de sus oráculos y sus veredictos, ¿cómo consigue el $ separarse del Otro? La operación de separación pasa por la falta en el Otro. Esta separación que instituye al sujeto dándole un estado civil, consiste en situarse en referencia, no a los significantes del Otro, sino a su deseo, un deseo que no sabe lo que quiere ni el objeto que lo anima. El sujeto se separa del Otro de la alienación significante identificándose a ese objeto desconocido del deseo del Otro. El sujeto se identifica a un significante S1 relacionado con el deseo del Otro bajo el cual sucumbe2. Dicho en otros términos, el sujeto viene a encontrar en el deseo del Otro, en tanto que objeto a, su equivalencia a lo que él es como sujeto del inconsciente.

Pondré un ejemplo tomado del testimonio de una AE, María Josefina Soto Fuentes, quien a la edad de cuatro años atraviesa los Andes en compañía de su abuelo camino del exilio en Brasil. En un alto en el camino el abuelo se está comiendo una sandía y con cierta sorna le pregunta a su nieta. ¿Sabes para qué sirven las pepas? La niña lo mira y el abuelo dice: las pepas sirven para botarlas a la basura. En esta escena se forja su identificación imaginaria al objeto oral en la cual su deseo se fija en el fantasma como un deseo oral.

La identificación al objeto supuesto al deseo del Otro se hace en el fantasma por medio de la ficción que da nombre a ese objeto que no tiene nombre ni imagen. Esta identificación imaginaria al objeto supuesto al deseo del Otro fija el deseo dándole una forma determinada, pero el fantasma es del sujeto, no es del Otro más que como fantasma sobre el Otro y es así como sostiene el deseo del sujeto, como deseo del Otro en el sentido objetivo del término.

La función del fantasma es la de tapón de la hiancia subjetiva del sujeto dividido. Por eso Lacan en la Proposición del 67, evoca la seguridad que el sujeto obtiene de su fantasma sobre su ser de objeto. Ser golpeado, eyectado, devorado, etc., constituye una significación absoluta que, por incómoda que sea, da al sujeto una seguridad sobre su ser que se perderá en la travesía del fantasma.

La localización de este objeto plus de goce que la transferencia sitúa en el lugar del analista y su extracción del campo del Otro, permite que aparezca la inconsistencia del Otro y que el sujeto se confronte con la causa real de su deseo de la que el plus era solo un semblante.

En la relación con el deseo del Otro, el análisis opera a nivel de la separación. Se espera que el análisis revele, denuncie, los S1 de la separación que están escritos en el lugar de la producción en el discurso analítico. Esos S1 que tienen su función en el fantasma por haber permitido la ficción del fantasma que da nombre e imagen a ese objeto que no tiene nombre.

Hay una hiancia irreductible entre el objeto a, objeto perdido que causa el deseo sustraído por la operación primera del lenguaje, principio de todas las apetencias, de todas las extensiones de la libido que deja el lugar de lo deseable en blanco, y el objeto a semblante de ser, plus de goce que fija el deseo en el fantasma tomando de la pulsión, sus sustancias episódicas.

Hay deseos orales, anales, escópicos e invocantes, sin duda, son tipos de deseo en función de los cortes corporales en los que la pulsión se fija. Así Hélène Bonnaud en uno de sus testimonios se refiere al rumor materno, a la queja de su madre sobre su venida al mundo, como un significante que no sólo dejó huella en su inconsciente sino que afectó también a su cuerpo, recortándolo y fijando en uno de sus bordes, la zona oral, un goce fragmentado que estaba en el origen de un síntoma de anorexia-bulimia de su adolescencia3.

El plus de goce que se aloja en el síntoma o en el fantasma, es un goce pulsional sin duda, pero no es el objeto a que causa el deseo del sujeto. La pulsión aún no ha alcanzado el “color- de-vacío” que Lacan atribuye a la libido en Del Trieb de Freud y del deseo del analista4, cuando llama libido a la hiancia abierta entre el deseo y el goce: “Su color sexual (el de la libido), tan formalmente mantenido por Freud como inscrito en lo más íntimo de su naturaleza, es color-de-vacío: suspendido en la luz de una hiancia”5.

Como dice Patrick Monribot: “Lacan propone al analista materializar in vivo, por su presencia, el ‘color-de-vacío’. El analista personifica por su carne la parte que falta del parlêtre que analiza. ¡Es por eso que no puede ser una efigie! (…) La libido es calificada por Lacan de negativa desde 1948, ya que recuerda la pérdida de goce, y constituye la marca de los imposibles encuentros con el objeto. Pero esta negatividad no opera sola, por obra del tiempo. Sólo el analista puede actualizarla en la cura, no sin su cuerpo”6.

¿Qué quiere decir entonces la pregunta ética de si el sujeto quiere lo que desea?

Esta pregunta recae ahora sobre lo que el sujeto ha descubierto en su análisis y sobre el levantamiento del desmentido que está en juego una vez que el plus de gozar de semblante, demuestra ser sólo el engaño de lo deseable y no el objeto perdido a, que causa su deseo. Aceptar o no el levantamiento del desmentido de la castración que se aloja en el fantasma concierne a la pregunta de si el sujeto quiere lo que desea.

¿Cómo desmiente la castración el objeto plus de goce? Situándose en el agujero del Otro para obturarlo, el sujeto atribuye al Otro el goce que ha situado allí y así desconoce puede desconocerlo al mismo tiempo que evita tanto la castración del Otro que le angustia.

Supongamos que sea con un plus de goce escópico como el sujeto obtura su división de $ en un fantasma exhibicionista en el cual, el deseo al Otro, tiene en su extremo un “dar a ver” que hace suponer un apetito del ojo encajado en el Otro que mira.

En ese fantasma la esquicia entre el ojo y la mirada está elidida, la mirada como objeto a, objeto caído que causa el deseo, no está separada de la visión en su función de engaño.

¿Qué implica la introducción de esa hiancia que separa la visión de la mirada?

La mirada como causa cae del campo de lo visible y éste se vacía de su función de engaño, tomando entonces la pulsión “color-de vacío”. En esa misma operación, en la que la méprise del SsS se produce primero y después la déprise del objeto, cuando el objeto revela no ser más que un deser, el sujeto se ve confrontado con la inconsistencia del Otro.

“Querer lo que se desea” en estas circunstancias significa un consentimiento por parte del sujeto al levantamiento del desmentido y a lo que este le reveló.

Pero, como la libido supone la paradoja de participar tanto del desmentido como de su levantamiento, se hace necesario el pasaje “del desmentido al síntoma”, según la expresión usada por Alain Merlet en su testimonio. Esta es la propuesta que nos hace en su seminario de AE Patrick Monribot7: “Anudar un síntoma conclusivo es un efecto que se espera después del atravesamiento del fantasma”8. Es decir, una transformación del síntoma una vez un vez atravesado el fantasma.

En mi experiencia analítica, el atravesamiento del fantasma “roban a un niño a la mirada de una madre que va a morir” supuso que la visión fuera vaciada de la mirada que había fijado la jaculatoria: “¡Ay, si su madre la viera”. Este atravesamiento reveló el síntoma que había pasado desapercibido, que tenía que ver con el oído y con la voz, y del que pude dar cuenta a partir de un sueño producido al final del análisis en el que se trataba del “relieve de la voz”. Un síntoma como acontecimiento del cuerpo y no como formación del inconsciente. Este síntoma experimentado en el cuerpo como “empuje a decir”, era la iteración del Uno de “lo que hay” y no cesaba de escribirse en el lugar de la relación sexual que no puede escribirse.

“Hay lo Uno y nada más”, insiste Lacan en el Seminario XIX: ou Pire, “Hay lo Uno” que itera en el síntoma como acontecimiento del cuerpo a partir del encuentro contingente entre el cuerpo y lalengua. “El relieve de la voz”9 fue el significante escupido por el inconsciente en el sueño con el que pude nombrar esa experiencia de goce innombrable. La voz se escribió en mi cuerpo dejando un relieve.

“La invitación de Lacan, en su Seminario Le Sinthome -dice Jacques Alain Miller en Pièces detachées-, es la de que hay que dejar un relieve, que un relieve siempre queda en la medida en que cada uno es sin parecido, y que su diferencia reside en la opacidad que siempre permanece. Ese resto no es el fracaso del psicoanálisis, sino hablando con propiedad, lo que le da su valor, por poco que usted pueda transformarlo en una obra”10.

El pasaje del síntoma como formación del inconsciente al sinthome acontecimiento del cuerpo implica un cambio radical en su concepción de lo real, en tanto excluido de lo simbólico, un cambio radical en su concepción del inconsciente real a partir de lalangue y como consecuencia de ello una forma nueva de entender el final del análisis.

En 1975, en El Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI, su último texto sobre el pase, no se trata ya de la destitución subjetiva descrita en la Proposición del 6711, la separación que propone Lacan en el 75 no va por el lado del objeto indecible que le falta al Otro, sino por el lado del real singular de cada parlêtre. Un real que itera, un goce opaco del sínthome con el que se trata de “saber hacer” con él.

La dimensión ética del análisis está siempre presente en la enseñanza de Lacan, en este último periodo de su enseñanza, la experiencia hecha y repetida en el análisis del inconsciente real y de la hiancia existente entre la verdad y lo real, permite concluir el análisis si el sujeto, del vaivén, no simétrico, entre verdad y real y de la constatación repetida de su desencuentro, obtiene una satisfacción. Una satisfacción que le permitirá concluir el análisis y que es en sí misma el índice de una variable ética, pues que haya o no satisfacción no depende de la estructura, sino de una elección del sujeto. Dicha satisfacción conclusiva, es un afecto en el sujeto respecto al goce del cuerpo.

Podría no haberla, podría producirse una reacción terapéutica negativa hacia el psicoanálisis y entonces la conclusión sería fallida.

Si tratándose del deseo, la cuestión ética se platea en términos de saber “si el sujeto quiere lo que desea”, cuando está en juego la opacidad de lo real del goce del síntoma, lo que se pone en juego, es “la presencia o no de un afecto de satisfacción”, que tiene un valor epistémico, puesto que es un afecto de lo real, y a la vez, es un índice de la ética del parlêtre que ha aceptado ese real singular del que ha hecho la experiencia en su análisis.

Decir que el inconsciente es real, es decir insabido, sin sujeto, y decir que se hurta desde el momento mismo en que se manifiesta, ya que basta con prestarle atención para salir de él, no significa que sus modalidades de goce no sean bien tangibles. No se trata ya de las disrupciones de goce cuando la castración no opera, sino de un real singular y opaco en el que el cuerpo se goza solo, un real antinómico a toda verosimilitud, a-subjetivo, que queda como resto ineliminable de un análisis, al que da su relieve, y con el que sólo cabe un “saber hacer” que ha de practicar cada uno.

 

Notas:

  1. Lacan, J., “Observaciones sobre el informe de Daniel Lagache”, Escritos 2, Madrid, Biblioteca Nueva, 2013, pág. 649.
  2. Lacan, J., “Posición del inconsciente”, Escritos 2, op. cit., pág. 801.
  3. Bonnaud, H., “Doble condena”, Lo real puesto al día, en el siglo XXI, Buenos Aires, Grama, AMP/WAP, 2014, pág. 147.
  4. Lacan, J., “Del Trieb de Freud y del deseo del analista”, Escritos 2, op. cit., pág. 809.
  5. Ibid.
  6. Monribot, P., Recorridos, Barcelona, Colección ELP nº 11, 2016, pág. 101.
  7. Ibid., pág. 105.
  8. Ibid.
  9. Fuentes, A., “El relieve de la voz”, El misterio del cuerpo hablante, Gedisa, pág. 183.
  10. Miller, J.-A., en La Cause freudienne, Revue de l’ECF, nº 61, Navarin Éditeur, 2005, pág. 137.
  11. Soler, C., El fin y las finalidades del análisis, Buenos Aires, Letra Viva, 2013, pág. 51.

 

Araceli Fuentes, ELP, Madrid.

 

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