Una niña de doce años me explica que no le gusta cómo trata la alegría a la tristeza en Inside Out, la película de Disney. Le dice: “Tú quédate ahí, no salgas del círculo”. Añade: “Si tienes pena porque te ha pasado algo, por ejemplo que tus amigas te dejan de lado, no estás alegre, estás triste. Así que las dos tienen que estar”.

No es la primera vez que en mi clínica escucho que la tristeza es una condición para la escritura, especialmente cuando los asuntos del amor, no van bien o el amado o la amada, están lejos. “Sólo puedo escribir si estoy un poco triste”, decía una joven.

El texto que orienta esta rúbrica—“Depresión como renuncia al deseo”— escrito por Jesús Sebastián nos indica fundamentalmente dos referencias lacanianas: Televisión y el seminario La ética del psicoanálisis.

En Televisión Lacan está respondiendo a un reproche que se le hace respecto a que “ha descuidado” el afecto cuando dice esta frase: “La tristeza (…) la califican de depresión”1.

Pienso que Lacan nos invita a diferenciar tristeza y depresión y a dar su lugar a cada una. En realidad, Lacan se adelanta a la época actual en la que en el último DSM V todas nuestras penas son reducidas a trastornos patológicos. El tiempo del duelo, por ejemplo, se ha reducido considerablemente en el espacio de tiempo que va del DSM III al DSM V. ¿No es justamente saludable sentir tristeza frente a la muerte de un ser querido?

Me interroga en esta parte del texto de Lacan el término “cobardía moral”2. ¿A qué se refiere Lacan? ¿Se refiere a la cobardía como opuesta a la valentía? ¿O es el trazado que nos propone para responder a la pregunta de qué es el deseo en el ser humano? -pregunta que había formulado en su seminario sobre la ética-.

Siguiendo el trazado del seminario diría que este término de cobardía apunta a “la dimensión que se expresa en lo que se llama la experiencia trágica de la vida”3 y que afecta a la relación del hombre con su deseo, por eso Lacan, se fija en el héroe de la tragedia griega porque: “El héroe y lo que lo rodea se sitúan en relación al punto de mira del deseo” ya que “en cada uno de nosotros, existe la vía trazada para un héroe y justamente la realiza como hombre común”4.

¿Por qué nos atraen las tragedias griegas? ¿Por qué un texto como El poema de Gilgamesh, rey de Uruk, un antiquísimo texto mesopotámico, excelentemente representado este verano en el Teatre Grec de Barcelona bajo la dirección de Oriol Broggi, despertó tan exaltada ovación entre los espectadores? ¿Será porque finalmente el héroe representa lo real de la vida y porque, como dice Lacan, la diferencia entre el héroe y el hombre común, es más misteriosa de lo que nos creemos?

¿Tenía Freud el deseo de inventar el psicoanálisis? ¿Tenía Lacan el deseo de inventar lo real? ¿Son ellos héroes u hombres comunes?

Nuestra experiencia de analizantes, nuestra elección del Campo freudiano y de la vía trazada por la orientación lacaniana, nos confirma que ninguno de ellos retrocedió ante lo que los conducía, ante lo que los condicionaba. Que “para quien avanza hasta el extremo de su deseo, todo no es rosa (…) pues no es una vía en la que se pueda avanzar sin pagar nada”5.

Es una vía en la que avanzamos a ciegas, de ahí las referencias a Edipo, pero tampoco es que no sepamos nada. “Lo que sabemos sin saber” podría ser una definición que da cuenta del inconsciente y avanzamos no queriendo saber nada, no sin pesadumbre, no sin alegría porque finalmente, ese deseo que sostenemos, no nos pertenece del todo, más bien, en el mejor de los casos, nos dejamos conducir por él.

¿Qué pasó con el deseo de Freud, con el deseo de Lacan tras su muerte? ¿Formarán parte de ese caudal del que tan bellamente habla Lacan?

El arroyuelo donde se sitúa el deseo no es solamente la modulación de la cadena significante, sino lo que corre por debajo de ella, que es hablando estrictamente lo que somos y lo que no somos, nuestro ser y nuestro no-ser… 6.

Como psicoanalistas deseamos que eso hable, no que eso enmudezca.

He recordado a un niño al que conocí porque sus padres estaban muy preocupados por las secuelas de un nacimiento muy complicado, cuyos efectos los médicos no podían concretar en un diagnóstico. El niño crecía observado por padres y médicos que miraban su cuerpo, sus movimientos y sus progresos escolares con gran insistencia. El niño de siete años se presentó ante mí diciendo: “Yo soy un luchador”.

La niña, de la que he hablado al principio que no quiere que la alegría frene su expresión a la tristeza, quiere ser maestra.

 

Notas:

  1. Lacan, J., “Televisión”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, pág. 551.
  2. Ibid., pág. 551.
  3. Lacan, J., El Seminario, libro 7: La ética del Psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, pág. 372.
  4. Ibid., pág. 380.
  5. Ibid., pág. 384.
  6. Ibid., pág. 382.

 

Lidia Ramírez, ELP, Barcelona.

 

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