Que el deseo es una cosa extraña lo podemos ver cada día si miramos alrededor. Quienes además tenemos la fortuna de escuchar las historias que otros nos cuentan no podemos sino asombrarnos, cada vez, de la discordancia entre el supuesto deseo que responde a los ideales, y los actos que se dirigen en otra dirección.

Es el caso de una joven mujer que desea escapar de la precariedad crónica (a pesar de un gran talento), encontrar un hombre con quien crear una familia y elige siempre hombres y trabajos que cierran el paso a sus aspiraciones. Los ejemplos son numerosos y muestran que los caminos del deseo son realmente complicados.

El deseo no es gusto ni placer, es falta producida por el lenguaje y en tanto falta es también motor, posibilidad. Si no existiera, no podríamos vivir, solo malvivir, tal y como ocurre en los casos en los que la vertiente melancólica absorbe como un agujero negro la vía del deseo.

La extrañeza del deseo responde a su carácter no sabido, inconsciente y a su conexión con el goce. Deseo y goce se conjugan de modos variados y complejos.

En este sentido, una frase del texto de orientación para las próximas jornadas de la ELP, El deseo, en la época del Uno solo, de Enric Berenguer, quedó para mí como un punto a trabajar: “El sinthome sería la extravagancia del deseo que mejor acoge la disrupción del goce traumático que concierne a cada uno”.

Es una frase cuyo comentario requeriría un amplio desarrollo pero en esta ocasión me limitaré a extraer de ella una breve reflexión. Es una afirmación que me hace pensar en la causalidad significante tanto del goce traumático (lalengua) como del deseo (lenguaje). Deseo que se revela finalmente como el modo posible de hacer algo, por extravagante que sea, con eso que quedó como marca y fijación de goce.

La vía incómoda del deseo que desestabiliza la homeostasis vital, que despierta del dormir cotidiano, es la única posible para tratar la repetición de un goce que desconocemos.

Si tenemos eso en cuenta, podemos pensar que la vía del deseo es la que hoy puede permitirnos cierta resistencia a las dinámicas mortíferas del neoliberalismo que propicia un goce que no pasa por la imposibilidad, que deja de lado la castración.

Por eso quisiera resaltar la importancia de dar un lugar a la falta mostrando su dimensión de oportunidad, posibilidad y motor, tal y como lo ejemplifica este hermoso poema de Tomas Tranströmer1:

 

Arcos románicos

Dentro de la enorme iglesia románica se apiñaban los turistas en la penumbra.
Bóveda abierta tras bóveda y sin vistas de conjunto,
Algunas llamas de cirios aleteaban.
Un ángel sin rostro me abrazó
y susurró por todo el cuerpo:
“¡No te avergüences de ser hombre, sé orgulloso!
Dentro de ti se abre, interminablemente, bóveda tras bóveda,
Nunca estarás completo, y así ha de ser”.
Me cegaron las lágrimas
Y me sacaron acosándome a la Piazza que hervía bajo el sol
Junto con Mr. Y Mrs. Jones, el Señor Tanaka y la Signora Sabatini
y dentro de todos ellos se abrían bóveda tras bóveda, interminablemente.

 

Permitir y hacer un camino para que las bóvedas se abran, esa es la cuestión. Y esa tarea es irrealizable sin contar con el goce del ser hablante.

 

Nota:

  1. Tranströmer, T., Para vivos y muertos, Madrid, Hiperión, 1992.

 

Lierni Irizar, ELP, Donostia.

 

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