Cuando dejé al analista, la travesía del fantasma había sido hecha hacía ya algunos años. Ese fantasma consistía en querer hacer existir La mujer en el vínculo sexual que había tenido con mis partenaires. Luego, la extracción del objeto “mirada” fuera del campo de la transferencia tomó un poco más de tiempo: un sueño vino a mostrar que finalmente no era mirado por mi analista como yo había creído -creído hasta permitirme desmontar el espejo colgado de la pared de la sala de espera, para sorprender dicha mirada-. Efectos de aligeramiento: mi vida sexual y amorosa estuvo menos sometida a escenarios obligatorios o aún más, pude querer verdaderamente a la mujer que deseaba y validar mi elección amorosa. La duda y la insatisfacción no obstaculizaban ya mi deseo.

Pero, ¿cómo finalizar el análisis más allá de la clarificación de mi deseo de sujeto y de su franqueamiento del fantasma? ¿Cómo cuestionar mi relación a ese otro deseo que es el deseo del analista? No tenía ninguna idea de ello… Fue un tiempo difícil de la cura que se estancaba.

Un día, surgió el tiempo de la contingencia. La AMP atravesaba entonces una grave crisis y yo la creía amenazada. Interpelé al delegado general durante un coloquio político, y le hice partícipe públicamente de mi inquietud en estos términos: “La AMP puede morir, esto me da escalofríos…”. Ese delegado, analista en todo momento, me respondió: “¿Escalofríos?, ¡eso debe ser un nombre de su goce!”. El escalofrío había tenido una connotación particular en mi historia. Una grave enfermedad, considerada entonces como fatal, me había afectado durante mucho tiempo de muy joven, y los médicos me habían hecho comprender que mi supervivencia dependía de la intensidad y el número de escalofríos de fiebre que hacían temblar mi cuerpo de niño. Yo me había puesto a contarlos con angustia, como me exigía mi entorno. Cuarenta años más tarde, ese significante-amo correlativo a un acontecimiento del cuerpo, ¡estaba de nuevo activado en un momento delicado de la vida institucional! El analista que me había respondido no era el mío, pero me había interpretado desde la tribuna: él vio ahí una especie de Uno viniendo a nombrar un goce iterativo del cuerpo. Dos semanas más tarde, concluía la cura. ¿Qué pasó?

Yo no tenía entonces ningún conocimiento de la ultimísima enseñanza de Lacan sobre la cuestión del “Uno” y del parlêtre. Sin embargo, el hecho de poder nombrar este goce como marca original del cuerpo vivo, desencadenó la salida del análisis y sobre todo una demanda de pase. Hasta entonces el Pase era para los otros… Yo no lo consideraba para mí, a no ser en un futuro muy lejano. Y de golpe, para mi gran sorpresa, la prisa se apoderó de mí ¿Por qué?

El Pase como procedimiento es una puesta a prueba del deseo del analista, un deseo que no se explica tan racional y fácilmente como los meandros del deseo de un sujeto analizado. El Pase sanciona lo que el jurado ha percibido del deseo del analista en juego, mientras que muy a menudo el pasante mismo puede no saber explícitamente nada de ello. Retroactivamente, pienso que la puesta al desnudo del deseo del analista hecha sin que yo lo supiera, me precipitó hacia el procedimiento con prisa. Ese vínculo de causalidad se me escapó completamente en el momento en que yo pedía entrar en el dispositivo. Hoy puedo deducir de ello que la producción del Uno, cuya iteración está en la raíz de la vida pulsional del parlêtre y en el origen de la vida sintomática del sujeto (aquí, el “escalofrío”) es correlativa de la emergencia del deseo del analista bajo una forma desnudada, es decir, bajo una forma susceptible de ser mostrada y percibida en el Pase, incluso si el candidato no lo sabe claramente.

El destino del deseo de un sujeto en la cura se demuestra: este último no puede sino querer lo que desea. Mientras que el deseo del analista no se demuestra: se muestra a la manera de una performance. ¿Querrá asumirlo el parlêtre?

 

Patrick Monribot, Bordeaux, ECF.

(Traducción Gracia Viscasillas).

 

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